COMUNICAV | Tercera etapa Nº7 primer cuatrimestre 2018
COMUN ICAV 30_31 COMIENDO CON Por Dámaris Ruano Fotografías de Agustín Rovatti A pesar de que por primera vez ha colgado el cartel de “cerrado por vacaciones”, Bego- ña Rodrigo nos recibe en La Salita, su casa, como ella la llama. Entre retoques de pin- tura, cambios de menaje y mobiliario, nos hace un hueco en su apretada agenda –in- mediatamente después tiene que coger un tren para irse a Madrid a un evento- y come con nosotros mientras nos explica sin ningún tipo de reparo cómo es su vida entre fogones. Ella misma confiesa que, quitando de ha- cer anchoas, que le “flipan” y le relajaba mucho limpiarlas, no tenía ningún interés por la cocina. Estuvo bailando hasta los 16 años y estudió Ingeniería Industrial. En su casa tampoco había mucho afecto gastronómico. “Teníamos la máxima de lo caro es bueno, entonces cuando lle- gaba una fecha especial comprábamos un buen jamón y unas buenas gambas… yo me pasaba los veranos con mi abuela y ella cocinaba por castigo, prefería com- prar siempre algo hecho…así que mi inte- rés por cocinar era nulo”. Tras estudiar la carrera se fue a Holanda “pen- sando que conseguiría hacer algo de lo mío, pero empecé limpiando habitaciones de hotel”. Por ca- sualidad, como le han ocurrido muchas cosas en la vida, se encontró con un amigo que trabajaba haciendo desayunos y ese fue su primer contac- to con la cocina. “Desde el primer momento que entré supe que nunca más iba a salir”, afirma con una gran sonrisa, recordando al jefe de cocina, que le enseñó mucho e hizo que se enganchara al mundo culinario. Después de Holanda, donde conoció a su pareja en su fiesta de despedida, se fue a Londres a tra- bajar. Desde allí, fue otro amigo el que la llamó para trabajar en Reus. “Hacía 10 años que no vol- vía y era un poco de vuelvo y a ver cómo me des- envuelvo con la cocina española”. Aunque la cosa le salió rana. El tipo de cocina era más industrial, destinada a banquetes y no le gustó, por lo que, tan solo tres meses después de empezar, lo dejó. Parece que el destino le deparaba algo mejor sin ella pensarlo si quiera. Volvió junto a su pareja a su ciudad natal, Valencia, sólo de visita, con la in- tención de irse a Australia. Su hermana se había quedado un local para montar un bar de tapas pero al final no se decidió a hacerlo. Begoña nos cuenta que fue en ese momento cuando se dije- ron “vamos a probar, no perdemos nada” e hicie- ron una inversión mínima de 37.000 euros. La Sa- lita empezó así su andadura, un 2 de noviembre de 2005 con Begoña, su pareja y dos camareros. “El nombre está puesto con esa intención, que el cliente coma una comida muy elaborada, pensa- da y reflexiva pero que esté súper a gusto, que den ganas hasta de quitarse los zapatos, con un servicio muy cercano”. Trece años después, su cocina ha evolucionado, “abrimos con un tipo de comida muy viajera y ahora estamos con una co- cina muy local, muy de Valencia. De los tallarines tailandeses a las cigalas con alioli…no tiene nada que ver”. La cocina de antes la han recuperado en su segundo local, Nómada, abierto desde hace más de un año. El equipo de La Salita también ha aumentado. Actualmente lo componen 13 personas, esen- ciales para el trabajo diario. De hecho, el modo de ver cualquier restaurante para Begoña es contando con un equipo que crea en lo que es- tás creando, “que te sigan el rollo y estén in- volucrados en mi negocio, en mi sueño”. En un principio los buscaba con experiencia, cosa que reconoce errónea. “Yo misma nunca había tra- bajado en cocina y llegué a falsificar mi currícu- lum. Al final lo que necesito es gente que tenga actitud y que encaje con el equipo, que tengan ambición. También valoro mucho a la gente que tenga iniciativa, pero es más difícil”, afirma la chef valenciana. “El modo de ver cualquier restaurante es contando con un equipo que crea en lo que estás creando, en tu sueño”
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