COMUNICAV 30_31 Por Daniela Rovatti y Eva Altaver Marina Monzó, que a los 27 años ha conquistado los principales escenarios de la ópera mundial, apuesta por la sinceridad en el escenario y en la vida. Desde Cardiff, donde se encuentra inmersa en los ensayos de Don Giovanni, Marina Monzó hace una pausa y conversamos como si la prisa no contara, como si no tuviera por delante las funciones en el Wales Millennium Centre y, luego, una gira por las principales ciudades del Reino Unido. La espontaneidad de Marina nos hace olvidar las pantallas y el diálogo fluye como si estuviéramos compartiendo el café en la terraza de un bar de Valencia. Marina es una persona generosa y “sencilla” en el mejor sentido de la palabra. Mientras hablamos, por momentos, se toma su tiempo para buscar la palabra precisa y es imposible no advertir que Marina se brinda por entera a su interlocutor. Conversar con ella es sentir su atención plena. “EMPECÉ A CANTAR ANTES QUE A HABLAR.” Marina Monzó nació en Quart de Poblet y, con 27 años, ya cuenta con una larga trayectoria que la perfila como una de las sopranos más importantes de Europa. Sin embargo, hasta que no tuvo su primer contrato, nos comenta con una sonrisa y como si aún le durara la sorpresa, no sabía que se dedicaría a la música de manera profesional: “Yo no era consciente de que la música había estado siempre allí desde tan pequeña, hasta que, durante la pandemia, volví a mirar los vídeos que grababan mis padres y me quedé alucinada, porque con dos años tenía un micro en la mano y cantaba y bailaba”. A los cuatro años, sus padres la apuntaron en una escuela de música. Así comenzó su formación en lenguaje musical y a estudiar piano. Escuchando a Marina hablar de sus comienzos, nos es muy fácil imaginar a esa niñita, cuyos pies no tocaban el suelo, sentada frente al piano en su primera audición. Marina también se siente de alguna manera “producto” de la cultura musical tan particular de la Comunidad Valenciana: en cada pueblo, por más pequeño sea, hay una escuela de música. Coincidimos, la música está en el ADN de los valencianos. Y LLEGA EL CANTO Al contarnos sus primeros pasos, Marina, fiel a su esencia, acompaña el relato de cada etapa con la mención de aquellos maestros que la supieron ver cuando ella aún ignoraba qué quería hacer y quién llegaría a ser. Después del piano, continuó con la flauta travesera y, sus padres, viendo cómo cantaba cuando practicaba solfeo, se dieron cuenta de que a Marina lo que realmente le gustaba era el canto y la
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